Quisiera empezar esta entrada para el blog de una forma perfecta, pero francamente no sé cómo iniciar, así que simplemente les invitare a leer de un tema que ha sido una constante a lo largo de mi vida y que orgullosamente puedo decir que he aprendido a manejar y aceptar: El Fracaso.
“¿Qué es fracasar?”…. A ciencia cierta me cuesta mucho definir dicha palabra. Podría ponerme técnico y darles una definición de diccionario, pero le encuentro innecesario. Creo que sería más significativo hablar desde lo que he aprendido y observado en mi propia experiencia, pero, sobre todo, de lo que me enseñaron las personas que he acompañado como terapeuta. Conocemos el fracaso como esa sensación de pérdida que tenemos cuando después de invertir nuestro tiempo, esfuerzo y recursos buscando un resultado determinado, no lo obtenemos. Resulta doloroso y frustrante ver como una meta que añoramos entrañablemente se desvanece. Esta experiencia se vuelve aún más compleja cuando a través de los medios nos bombardean con la idea de vidas exitosas, lujos y perfección. Es entonces cuando el fracaso parece terrible e inaceptable.
Pero a todo esto te preguntarás, “¿De dónde viene el miedo al fracaso?” Desde mi apreciación y conocimiento puedo responder que el miedo al fracaso proviene del aprendizaje derivado de las experiencias de vida que hemos tenido. Para hacer esto más digerible, intentaré categorizar dichas experiencias en dos principales categorías: Perfeccionismo Parental y Sobre indulgencia Parental.
Perfeccionismo Parental
La primera forma en la que aprendimos a temer a fracasar. Esto involucra que desde pequeños crecimos en un hogar donde se exigía perfección o se tenían expectativas muy altas sobre nuestro desempeño. Se nos exigía realizar tareas imposibles, que iban más allá de lo que nuestras capacidades o habilidades podían ofrecer y se nos comparaba continuamente con otras personas (hermanos, compañeros, primos, etc.).
Esto nos llevó a una perpetua frustración y a la constante crítica (principalmente de nuestra familia), haciendo que solo aumentara la ansiedad y la autoexigencia de nuestra parte, formándonos una imagen distorsionada y negativa de nosotros mismos donde solo valemos cuando logramos ser exitosos.
Si este tipo de experiencias fueron repetidas, desarrollamos un patrón de autoexigencia y perfeccionismo que ahora en la etapa adulta nos ha traído consecuencias negativas en varios aspectos de la vida
Sobre-indulgencia Parental
La segunda forma en la que aprendimos a temer al fracaso. Hablamos de un trato en exceso permisivo de nuestros padres; no se nos exigió mucho y no se nos impulsó a conocer nuestras capacidades y habilidades. La ley del mínimo esfuerzo era una tradición en casa y solamente importaba cumplir. Es la otra cara de la moneda al perfeccionismo; Hay una ausencia total de exigencias y por lo tanto no hay un desarrollo de habilidades, un autoconocimiento o una motivación.
A la larga, comenzamos a ver el éxito de otros, nos comparamos desfavorablemente y nos percibimos como inferiores. Esto genera una inseguridad que en el presente se manifiesta como una evitación a ponernos retos, la procrastinación de tareas o el no exponernos a situaciones donde tengamos que exigirnos. No nos conocemos a nosotros mismos, nuestras capacidades y nuestras habilidades. No desarrollamos tolerancia a la frustración y, por lo tanto, nos damos por vencidos cuando las cosas no salen fácilmente.
Resignificando el fracaso
No es muy popular lo que les voy a decir, pero creo que les puede ser útil y necesario. Fracasar es inevitable. Todos en algún momento perderemos un empleo, fracasaremos en una relación, romperemos un régimen alimenticio, perderemos una oportunidad, no lograremos alguna meta y no cumpliremos algunos de nuestros sueños. Sin embargo, contrario a nuestra experiencia y a lo que vemos repetidamente en los medios, fracasar está bien. Gracias al fracaso tenemos la oportunidad de aprender de nuestros errores, de madurar como personas, de aprender a valorar lo que tenemos y de tener una vida dinámica y más significativa. Gracias a nuestros fracasos, nuestros éxitos nos saben a gloria.
En sí mismo, no es el fracaso un problema, si no el miedo enorme que le tenemos y lo que hacemos por evitarle. Cuando por temer a fracasar perdemos oportunidades, relaciones, salud y vemos que nuestra vida se ve afectada, es hora de pedir ayuda. La forma en la que afrontamos dicho miedo puede estar siéndonos dañina y disfuncional. Puede estar alejándonos de la vida que deseamos tener y de las cosas que añoramos lograr.
Será importante aprender a afrontar y aceptar el miedo, a tomar decisiones y a mejorar la relación que tenemos con nosotros mismos cuando fracasamos.
