Las llamadas terapia de “tercera generación” o “terapias contextuales” son una serie de modelos que en estos últimos años han aumentado su demanda en formaciones, especialidades, masters, etc. El éxito de estas terapias se debe, entre otras cosas, a la manera en que se comprenden y abordan los “problemas psicológicos”, pues retoman la importancia del ambiente o contexto del individuo, no sólo centrándose en el contenido de los pensamientos, como lo hacia la terapia cognitiva tradicional; el foco de interés es la función de esos pensamientos, los “para que”.
Una de las terapias contextuales es la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT por sus siglas en inglés, Acceptance and Commitment Therapy), en la cual se postula que gran parte del sufrimiento viene, en gran medida, de nuestro lenguaje, del cómo a través del lenguaje simbolizamos y enmarcamos significados, y esos significados, se asocian arbitrariamente con cosas o situaciones que representan un “problema”.
ACT es un modelo que nace de la investigación básica (es decir, de los procesos de aprendizaje desarrollados en un laboratorio) en la cual se incluye el impacto del lenguaje en nuestro sufrimiento, y el cómo la cultura puede propiciar que suframos, a través del mensaje implícito o explícito dee que estar “triste, ansioso, preocupado” significa enfermedad mental o malestar, y que la “felicidad, satisfacción, plenitud” son señales de bienestar o salud mental.
Desde la postura de la Terapia de Aceptación y Compromiso todas las emociones forman parte “natural” de nuestra experiencia, no habiendo nada “malo” en ellas. Entonces ¿Cuál es el verdadero problema? Bien, el verdadero problema es el “cómo me relaciono con esa experiencia” y no la experiencia en sí misma.
La relación que establecemos con la experiencia puede ser desde la “aproximación” o la “evitación”.
La “aproximación” es cuando nosotros nos acercamos o permitimos cierta clase de experiencias, las cuales serían más del tipo “agradables” algunos ejemplos de ello pueden ser: comer un helado, salir con amigos, hacer ejercicio, leer, es decir, lo que yo “siento, pienso” cuando hago tales cosas.
En la “evitación” nos alejaremos de aquellas experiencias que nos resulten “incómodas o sean desagradables” por ejemplo: la ansiedad ante un examen, miedo a conducir, estrés por la alta demanda en mi trabajo, etc.
Gran parte del trabajo en ACT se basa en estos dos ejes, ayudando a la persona a que pueda identificar cuál de estos dos está más presente en su actuar diario. Al ser ACT un tratamiento orientando hacia los valores personales de cada consultante, son estos mismos ejes los que pueden estarle ya sea, acercando o alejando de la clase de vida que al consultante realmente le gustaría vivir, poniendo en marcha una seria de estrategias basadas en procesos, siendo las más comunes: metáforas, ejercicios experienciales y analogías, aunque también ACT puede tomar estrategias de DBT o de algunas terapias basadas en evidencia, estando al servicio de que el consultante pueda lograr:
- Discriminar las consecuencias que ha tenido su resistencia a la experiencia desagradable (costos) en lograr la vida que le gustaría vivir (aquí se usa la desesperanza creativa).
- Lograr que el consultante pueda cultivar una mayor apertura, aceptación y menor resistencia a las experiencias internas “aversivas”.
- Que pueda tomar más acción consciente y comprometida hacia lo que realmente valora en su vida.
En resumen, ACT es un tipo de terapia que se centra en la función más que en el contenido, siendo de gran interés los valores personales del paciente, poniendo en marcha diversas estrategias para lograr que el paciente se acerque a la vida que quiere vivir, identificar los obstáculos qué hay en el camino, para poder enseñarle cómo vencerlos y conseguir una vida valiosa.
