Todos en algún momento hemos atravesado o eventualmente viviremos un proceso de duelo, y no, no hablo del “duelo de espadas”, sino el camino que se nos presenta al perder a un ser querido, que ha partido y nada l@ puede traer de vuelta, además de todo lo que va a ir sucediendo a partir de este evento y afrontar la enorme dificultad para «sentirnos igual» una vez que nuestr@ ser querido parte.

 

Ante un fallecimiento de un ser amado, ocurren cambios a nivel fisiológico, emocional, cognitivo y comportamental que afectan en cierto grado la funcionalidad y estabilidad en nuestro día a día.

 

Podemos definir el duelo como “una experiencia de los  familiares y amigos, en la anticipación, muerte y subsiguiente ajuste a la vida  después de la muerte del ser querido, incluye procesos psicológicos internos y la adaptación de los miembros de la familia, así como las expresiones culturales y experiencias de luto” (Christ, Bonnano, Malkinson & Rubin, 2003).

 

Sin embargo, aunque es una situación que tod@s, sin excepción vamos a vivir, cada persona vive su pérdida de manera distinta, razón por la cual se ha dificultado la generación de un planteamiento teórico que resulte útil para todas las personas que están en duelo por haber perdido a alguien amado.

 

Teóricamente los modelos mayormente usados para explicar este proceso son dos, “las fases del duelo” de Elizabeth Kübler Ross (negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación para explicar y elaborar el proceso de duelo), y “las tareas del duelo” de Worden (aceptar la realidad de la pérdida, elaborar las emociones y el dolor de la pérdida, adaptarse a un mundo en el que el fallecido ya no está presente y re-colocar emocionalmente al fallecido).  

 

Estos planteamientos teóricos conllevan el “recorrer ese camino”,  independientemente de lo que transcurre en la vida del doliente y del contexto de la pérdida, es decir, si no se viven estas 5 fases o 4 tareas (aunque no necesariamente en orden) se concluía que “no se había elaborado el duelo adecuadamente”.

 

Evidentemente esto nos llevaría a plantearnos algunas cuestiones, por ejemplo, si después de 10 años recuerdo a mis abuelos ya fallecidos y comienzo a llorar, recordar mis últimos momentos con ellos, y noto cómo mis energías disminuyen, ¿no viví adecuadamente mi duelo?,  ¿acaso no he superado mi pérdida?.

 

En muchas ocasiones, plantearlo de esta manera y generar esas expectativas  termina “boicoteando” nuestros procesos de duelo, pues asumir que “superar” a un ser querido o vivir adecuadamente el duelo implica no sentir, olvidarlo parcialmente o creer que no volverá a doler igual que antes y que nuestra vida volverá a ser la misma, es una gran mentira.

 

Además, resulta invalidante para la experiencia del doliente hacerlo sentir o llevarlo a creer que atravesando ciertos procesos se sentirá como antes y que su pérdida eventualmente le dejará de doler.

 

Stroebe y Schut, en 1999, propusieron el “modelo del procesamiento dual del duelo”,  luego de investigar la forma en que se acompaña o trabaja en éstos procesos de pérdidas; ellos plantean el duelo como un proceso dinámico, vivido en un contexto social e interpersonal, en el cual -en la medida de lo posible- se elige «ignorar» o concentrarse en uno u otro aspecto de la pérdida (llorar por la muerte, extrañar a la persona fallecida) y adaptarse al cambio en su vida posterior (retomar actividades, experimentar nuevas cosas, adoptar nuevos roles, enamorarse, etc.).

 

El modelo busca generar un “acuerdo” con la pérdida del ser querido, explicando cómo los dolientes se orientan de manera alternada y constante hacia la pérdida o restauración.

Cuando el doliente se orienta a la pérdida, acepta las reacciones y síntomas posteriores del duelo, permitiendo expresar su afecto,  evaluar las consecuencias de la pérdida,  hacer una revisión constructiva de sus objetivos y metas. Esto facilita vivir un proceso personal y único, pues de esta manera no hay un tiempo o una “meta” a lograr, sino a ir caminando por la vida mientras vamos guardando espacio y tiempo para sentir el impacto de la pérdida, y nuevamente seguir caminando por la vida y todo lo que nos puede ofrecer.

 

Para finalizar, 2 recomendaciones que pueden ser de gran utilidad:

  • Es importante validar lo mucho que puede cambiar y desestabilizar nuestras vidas en el instante que perdemos a alguien que amamos, probablemente, durante algún tiempo la vida consistirá en estar en el mundo y estar viviendo la perdida; en la medida que las personas se permiten este proceso, los duelos se vuelven menos “incapacitantes”; cuando evitamos sentir la pérdida, y/o evitamos regresar a nuestra vida cotidiana, el duelo se complica y se torna más doloroso.
  • Si te toca acompañar a alguien que perdió a su ser querido, escuchar atentamente, sin buscar opinar o “resolver” sus problemas, mostrarte genuin@ con la ayuda que ofreces y sobre todo validar su sentir (reconocer lo que siente, aceptar que su dolor proviene de algo que todos vamos a vivir y no tiene nada de «malo» estar triste), permitirle llorar y quejarse, respetando su tiempo, su ritmo y sus necesidades, evitando sugerir el volver a la vida “normal” lo antes posible.

 

«Nunca vamos a superar la pérdida de un ser querido, aprendemos a vivir con ella».