Escrito por «Fix U», una consultante que considero muy valiente, que entre las herramientas que ha descubierto que le funcionan está el teatro, particularmente el monólogo y el escrito que presenta a continuación le ha funcionado para comprender y aceptar la condición con la que vive, a la par de practicar la compasión y la responsabilidad de la misma.
Con el objetivo de visibilizar las experiencias que pueden vivir las personas con trastorno bipolar, ha decidido compartir la suya.
Gracias Fix, por permitirme acompañarte.
Vivir con trastorno bipolar
«He escuchado o leído varias veces “andas bien bipolar”. Utilizando la palabra no tan literal, suena vago, esporádico o incluso gracioso, pa’ acabar pronto, indiscrimidamente, pero bien discriminados algunos cuando de confesar a una sociedad que esto no es una “simple broma”.
Hace algunos ayeres, era un fin de semana estaba en casa de mis papás. Porqué razón estábamos reunidos, realmente no lo recuerdo, pero recuerdo bien ese momento. Estábamos en la cocina preparando algo, que no recuerdo, y de alguna manera salió la plática sobre “ruidos”, y recuerdo que expresé – “sí, como cuando escuchas voces por la noche y no te dejan dormir” – mi hermana se acercó y dijo – “¿desde cuándo escuchas voces?” –.
Ese momento fue el inicio de mi vida por las entrevistas extensas en los hospitales con paredes blancas, las personas que todo lo pondrán en duda, te solicitarán que acudas con alguien acompañado porque querrán saber tu avance en el último mes porque tu realidad puede que no sea la que crees, las citas con humanoides que algunos te escucharán y juzgarán moralmente, otros no tendrán ni idea de lo que hacen ahí y algunos otros, con más preparación te confrontarán y la incomodidad será tu nuevo amigo mental al que odiarás y amarás dependiendo de que tanto desees avanzar en cuanto de honestidad se trate.
Había vivido la vida pensando que lo que hacía pues así se daba, nomás, sin ninguna explicación, de momentos me sentía con toda la energía por solucionar todo lo que los días de entumecimiento me quitaba. Ahora, y no desde hace mucho tiempo, me di cuenta de que, tengo problemas para identificar quién soy sin estar en alguno de los estados, ¿qué difícil no saber quién soy?.
Se que no existe la normalidad, lucho cada día desde mi profesión con enseñar mentes que somos una comunidad neurodivergente pero tan pronto lo expreso, que veo como lo creen y es a través de ellos que voy creyendo que eso es posible.
Son ellos quiénes me permiten saber que “no se quién soy sin esto” y lo más complicado, me he acostumbrado a vivir más con alguna de mis versiones que, hasta le he ido a pedir ayuda para que me acompañe aún cuando sé que mala copea bien “perro gacho”, así es, la he nombrado “Fixyulienta” (Hipomanía).
Sin embargo, cuando ésta se va, aparece la otra versión de Fix, a ella la he llamado como “F”, tan corto porque es lo que deseo que dure. En cuestión figurativa se parece a “Tristeza” de la película “Intensamente”.
He normalizado actuar intensamente comparado con el promedio de la población y para mí, esto está es parte de vivir y lidiar conmigo misma. Pero para los demás eso es como exposición constante de radiaciones de energía que resulta agotador ver tanto de alguien y no comprender cómo alguien camina y no se cansa de hablar y hablar y hablar, sobrepensar la película que ha visto 30 veces en la última semana, escuchar la canción que, aunque ya la escuchado 20 veces en el día y te ha dicho que la escuches, no basta con eso, te dirá la historia de esa canción y hasta la vida personal del artista y el lugar de nacimiento de cada compositor.
Pero también puede llegar a normalizar dormir con un excremento de un perro – literalmente hablando – por días al lado de la cama y no molestarse por limpiar, porque cerrar la puerta es la mejor solución y no verlo es la solución más práctica en ese momento, sigue en ese cerebro siendo la acción más factible así lleve más de cuatro días y el olor resulte molesto, “ojos que no ven, nariz que no percibe… o se esfuerza con un gran poder de indiferencia”. Esa ha sido un poco de cómo he vivido en este mundo, “hacer un chingo y hacer ni nada”.
Mis días con episodio depresivo
Aproximadamente en enero 2022 desperté un día, me senté sobre la orilla de la cama y pensé, «¿por qué te sigues esforzando por despertar si nada realmente importa si tú te vas?». Me di cuenta de que me había quedado sin motivos para seguir viviendo. Simplemente, ya no había más de lo que mi cuerpo fuera capaz de dar.
Me sentía cansada de esto que se le llama vida. Conservo la fotografía en mi mente de como me percibía, y peor aún, de cómo me sentía. Mis pies colgaban de la cama y demoré aproximadamente 15 minutos buscando entre toda la miseria, al menos un motivo para pisar el suelo y comenzar de nuevo.
Pensar simplemente que, al pisar el suelo un día más, tenía que prepararme a la decepción de mi vida personal y profesional, ya no quería más de eso. Podía sentirme en esa cama, como un saco de desilusiones. Como cuando ni siquiera te sientes tu.
Mi cuerpo estaba tan rígido que me dolía sostener cada parte de mí. El dolor era tan insoportable que podría pensar que era proveniente más allá de la materia física, esa sensación de dolor era sobre cada pensamiento que rumiaban en mi cabeza que eran capaz de electrocutar lo poco que quedaba de “F” y las lágrimas que generaban cada pensamiento en forma silenciosa era vehículo perfecto de transporte para conducirse de manera interna tal cual utiliza el mecanismo explicado en física de bioimpedancia eléctrica, donde el agua es el medio de conducción perfecto para que la corriente de energía puede conducirse a través del cuerpo y generar la lectura y así, conocer la composición del cuerpo.
Asimismo, se podrá generar, una evaluación nutricional, sin embargo, aquí la única interpretación posible será sobrepensamientos de miseria e inmundicia cohabitando el cerebro de “F” y que son suficientes para hacerla creer que la interpretación de su bioimpendancia es, “no existen más motivos para continuar en este mundo”.
Finalmente, 15 minutos después, tiempo doloroso, sin más que dar, me levanté, lo hice, pise el suelo.
La realidad es que no lo hice porque quisiera hacerlo. Lo hice porque sentía presión de que, mi hermana y mi cuñado, ya se encontraban preparando el desayuno y buscaba evitar que dijeran: “Fix, ya párate, ven a ayudarnos”. En ese momento, sabía que eso no podía aguantar, no porque me molestara, sino porque para mí, confirmaba que tal ves no era capaz de poder servir en algo, era esa doble confirmación de ser inútil aún cuando se está siendo inútil.
Recuerdo que por mi mente se atravesó el pensamiento: “yo no necesito ayudarlos, lo que necesito es saber por qué realmente quiero vivir”.
Lo único que podía saber en ese momento, es que ya estaba cansada de seguir despertando de esa manera, tampoco es algo que se quite con una tableta milagrosa. Me había dado cuenta de que para ese momento, cinco tabletas al día manejaban mi vida, mi estabilidad, la total estabilidad no dependía de mí, dependía de un fármaco. ¿Cuánta hipocresía hay de mi cuando predico que lo más valioso del humano es que somos de los pocos seres vivos de poder decidir en este mundo sobre lo que queramos hacer, cuándo queramos hacerlo, cómo queramos hacerlo? Si vives con Bipolaridad sabes que no es del todo cierto.
Cuando los pensamientos suicidas volvieron a ser una opción de tratamiento inmediato no revocable sabía que no era la mejor solución para el mundo estacional que vivía. Pero, si decidía terminar con mi dolor, sabía que el lugar donde coloqué a mi hermano y papá perdería todo chance de volver a verlos, de encontrarme con ellos, porque en ese lugar, yo había puesto la premisa que, para entrar a ese lugar, no era haciendo trampa, o sea, no era suicidándote, inconscientemente, he colocado mi propio candado para no hacerme daño o bien, cobardemente si así se quiere ver, es mi pretexto para no suicidarme/matarme.
Y aun cuando sabía que era un motivo suficiente para no hacerlo, sabía que había fracasado en otra cosa en mi vida, no suicidarme. ¿cómo es posible que aun cuando te aferras a vivir terminas siendo un cobarde?. Alguien me dijo: “paradójicamente aferrarse a vivir, cuando quieres morir es un acto de mucha resistencia y valentía”.
Leí esto y recordé mi vida en ese momento y pensé, realmente no me sentía una valiente oponiéndome ante la resistencia. Sentía que seguía viva porque compartía un espacio físico con unas personas que de alguna manera simulaban ser mi centro de rehabilitación doméstico para evitar mi suicidio.
Y, ¿cuánto tiempo estuve viviendo este episodio? Ese ha sido el más largo que he vivido, fueron:
- Seis meses pensando en todo lo que he perdido, es demasiado para soportar.
- Seis meses de comer sin tener hambre. Jamás había masticado tan fuerte deseando poder destrozar cada pensamiento y que todos desaparecieran de una vez.
- Seis meses de dormir demasiado para olvidar y a la vez, no dormir lo suficiente porque me aterraba sentir que podía perder los motivos que me mantenían viva si me dormía.
- Seis meses de rehusarme a bañarme, porque me dolía sentir que el agua no era suficiente para quitarme el dolor que no podía lidiar.
- Seis meses de permanecer el mayor tiempo posible en la taza del baño, porque al menos lo que depositara ahí tenía la fortuna de ir a otro lado del que yo no podía alcanzar.
- Seis meses de manejar sin recordar cómo había llegado a otro lugar.
- Seis meses de mantener una irritabilidad constante perdiendo el control en donde, una vez intenté atropellar a un motociclista porque se pasó el alto y quería verlo muerto. Mi intento de “buscar justicia” era volverme una homicida, ¡Vaya manera de buscar justicia!
- Seis meses de pasar por momentos en donde la música que me trae a la tierra sentía en ese momento que me llevaban al infierno, no toleraba las voces en las canciones.
- Seis meses de evadir a mis sobrinos en medida de lo posible porque su alegría por verme me hacía sentir que no merecía una sola muestra de amor. Me comportaba fría pero llena de miedo por la decepción que sentía por no darles el mínimo que necesitaban.
- Seis meses de sentirme culpable porque aún seguía con vida y ellos ya no. No sabía como existir en este mundo sin ellos y pensar en que solo existían en mi memoria y que ésta cada vez iba recordando menos, me generaba tanta asfixia que sentía como sus voces iban desapareciendo y al eco es lo que me seguía aferrando en ese silencio expresado en un llanto gritado sin voz pero con el objetivo que mis quejidos me permitieran seguirlos escuchando aunque sea un poco más.
- Seis meses trayendo reproches antiguos de porqué no pude localizar su ubicación o porqué no lo encerré hasta que hubiera una vacuna que le permitiera lo que ahora, ya muchos tienen, una oportunidad más.
- Seis meses de pensar que mi sobrenombre “Fix”, representa un absurdo porque ni siquiera expresaba conductualmente lo que significa la palabra.
Mis días con episodio hipomaníaco
¡Ulala! La Perra Empoderada que muchos desean y es a la que nosotros, la recibimos con manteles y banquetes sin problema alguno. Se siente como, si no tuviera miedo, y no sentir eso, para mí, es increíble.
No se exactamente describir cómo es que llega esta energía. Es tan parecido como cuando te subes a un auto y este lo aceleras a más de 160 km/hr y el primer impulso que percibes, esa sensación es constante, tan adictiva que, es tu momento y no puedes desperdiciar ni un solo momento porque tiene fecha de vencimiento para su consumo. Esta hiperdosis de energía que se inyecta en mi organismo es una cantidad de confianza bruta que actúa tan bien en mí que no hay Outfit que le tenga miedo a probármelo.
Recuerdo muy bien estos momentos en mi periodo universitario. Pasaba horas encerrada en la biblioteca, aspirando todas las letras posibles de algún tema que olvidaba el tiempo. Los policías muy continuamente me pedían que ya era hora de irme porque la universidad había cerrado. Pero pasaba de estar sentada de la silla color verde de la biblioteca a estar sentada en la silla color negra de la sala del departamento.
Repetidas veces olvidaba que debía comer. Me levantaba de la silla para ponerme otra ropa y alistarme para ir a las clases. Ya había amanecido y seguía sin tener necesidad de dormir. Tenía energía y debía aprovecharlo. No me bañaba todos los días, lo hacía cuando mi amiga me recordaba que era hora con una celebre frase: “Fixulienta, es hora del baño porque ya andas bien mal oliente”. No recuerdo cepillarme los dientes por la noche repetidamente. No aseaba la habitación, no dormía en esa cama por varios días, por supuesto que esa cama era más ropa amontada de prendas sucias que de recuerdos de haber descansado. Pasaba más de 72 horas sin dormir y con dos a tres horas que durmiera en donde me cayera el día era suficiente para continuar mi “rutina”, la energía era inmensa y casi inagotable.
A la mitad de la carrera, empecé nuevamente a beber. Cada jueves y viernes salía a donde el ruido no me permitiera sobrepensar. El resultado de una de las tantas noches, congestión alcohólica y lo más extraño, es que sucedió en el semestre que recibí premio por excelencia académica. ¿Quién se va a atrever a cuestionar a la alumna sobre un problema de alcoholismo si va “bien” en sus notas académicas? Lo importante es que salga bien y lo demás no importa. Recuerdo que salí de fiesta un jueves, el viernes desperté en el hospital y por la tarde viaje a la Ciudad de México porque el día sábado tenía un concierto, Franz Ferdinand, entre los mejores conciertos que puedo recordar que he pasado, nada parecía en mi mundo estar mal.
Para cuando decidí ingresar a la maestría, sabía bien que aún no estaba titulada de licenciatura y solicité que se me permitiera iniciar el programa y a la par, me comprometí a terminar la tesis de licenciatura y cubrir la maestría. Terminé mi primer semestre con notas “altas” y tesis terminada. Pausé por unos meses la redacción de mi tesis de maestría, que, por cierto, la hice en colaboración con la maestría en biotecnología, situación que me llevó, de alguna manera, a cursar de manera simultánea dos maestrías, pero un día desperté y empecé a trabajar y en tres semanas había finalizado todo lo que había abandonado por nueve meses.
No dormía lo suficiente nuevamente, comía porque me recordaban que era de comer, me bañaba porque me pedían que debía hacerlo, y eran nuevamente los mismos comportamientos, descuido en muchas cosas, hiperconcentrada en otras.
Darme cuenta
¿Esto realmente me conflictuaba? La verdad, no. Para mí, ser funcional en al menos una cosa no representaba que había un problema importante. Era buena en algo y eso importaba. Es como el dicho, tu sigue, aunque el mundo se caiga a pedazos. La realidad, mi realidad, vivir así ha implicado que he dañado a personas que amo.
Hace poco, la psicóloga me cuestionó que con cuántos hombres estaba involucrando virtualmente y le dije: “pocos, tal vez con tres”. Al revisar mi teléfono y darme cuenta de que estaba teniendo implicaciones en mis tareas laborales, eran diez personas con quienes enviaba mensajes y eso ocupaba gran parte de mi día, mi energía y mi atención.
¿Quién en sus cinco sentidos acudiría o pensaría que algo no está bien, que necesitas ir al psiquiatra, porque eres muy funcional? Esas fueron las palabras del Dr. H y tiene razón, mi cerebro realmente no lo cuestiona, aunque para otros es ilógico que no lo considere, para mí, en ese momento, la lógica no esta al alcance de mi cerebro. Tan es así que escuchar voces o sentirme más grande que un camión parece ser algo normal.
Así es como hemos encontrado “L” y yo que es el inicio de episodios hipomaníacos. Las alucinaciones en mi cerebro se ven expresadas en la sensación tan increíble de que mis manos se sienten como si fueran deltamaño de HULK y tomar los objetos es casi imposible. Algunas otras veces los objetos a mi alrededor lucen tan pequeños y yo soy una humanoide tan enorme.
O bien, puedo escuchar muchas voces de personas hablando al mismo tiempo de diferentes edades y, aunque no entiendo nada de lo que dicen, es tan interesante como mi mente y la “Fixulienta” se coloca frente a ellos y trata de ponerles atención en el intento de saber qué demonios están hablando.
Esos son algunos de los comportamientos que vivo cuando tengo episodios hipomaniacos o depresivos, vivo en la incertidumbre de no saber el momento en el que tocarán mi cerebro y se aparecerán, ya sea para hacerme muy funcional o convertirme en una basura. Tengo la necesidad de confirmar con los demás si algo está bien, y eso termina siendo de mi parte muy demandante para los demás.
Me he preguntado, ¿extrañas alguno de ellos? La respuesta es sí. En definitiva, no a los episodios depresivos, pero sí extraño vivir con estados hipomaníacos tanto que los he propiciado indirectamente para cuando se que necesitaré de “Fixulienta” para sacar algún proyecto y se perfectamente que de ese cerebro sobre estimulado emanaran todas las ideas que requiero en este momento.
Soy funcional para lo que la sociedad demanda, e incluso más. Las ideas explotan de mi cabeza, pienso que puedo hacerlo sin miedo por enfrentarme al probable fracaso, no necesito dormir demasiadas horas porque la noche también puedo trabajar. Camino por las calles sintiendo que soy increíble en todo lo que hago. Paso de ser la persona que camina con miedo a ser la persona que si le preguntan – “Oye, ¿por qué hacer eso?”- ella responderá – “¿por qué no?”.
¿Quién soy?
Pero también, con todo esto que he vivido, me he preguntado entonces, ¿quién eres cuando no atraviesas bipolaridad? Es triste darte cuenta de que no sabes quién eres. Empezar a creer que un trastorno te identifique porque la lista de síntomas te representa y olvidas quién eres.
Cuando me preguntan, ¿qué quieres hacer?, ¿qué quieres comer?, ¿qué planeas a futuro con tu vida? Puedo sentir un dolor en el pecho, porque lo único que puedo decir es: “No lo sé”. Me provoca ansiedad no cubrir con eso que necesitan escuchar. No puedo decidir qué comida pedir cuando voy a algún lugar. Muchas veces pido lo que los demás piden. No puedo responder mensajes que parecen fáciles. No puedo confrontar argumentos porque me he cansado de discutir. No puedo decidir qué ropa ponerme todos los días. Uso casi siempre lo mismo porque resulta cansado seleccionar. Una alumna un día me cuestionó que cómo era posible que siendo tan brillante enseñando clases tan complejas consumiera los mismos alimentos todos los días. Le explique con un fundamento sin darle mi diagnóstico, porque aún sigo asistiendo a mi lugar de trabajo siendo una anónima de mi diagnóstico y gritando conductualmente BIPOLARIDAD.
Puedo reconocer que tengo momentos estables, en términos médicos, en eutimia. Pero ¿cómo aprendo a convivir conmigo misma no teniendo el caos de la hipomanía o de la depresión? De alguna manera, estar en esos estados me permitía la justificación. No me lavo las manos de lo que hago y puedo no ser responsable para mi o para los demás, pero lo que he sentido, es como si conociera a alguien y tengo que lidiar con la incertidumbre de no saber cómo va a reaccionar.
Me siento en la incertidumbre, y si bien, cuando no estoy atravesando el caos y me siento “afortunada” pero aún así duele y cuando me doy cuenta sucede que solo estoy atravesando la vida cruel, y por algunos instantes, preferiría estar en hipomanía, al menos ahí, puedo divagar en un mundo que me da la valentía para continuar entre tanta podredumbre del que mi alrededor llama “rutina”, “normalidad”, “portarse bien”, “encajar en sociedad”, “neurotípicos”, etc.
Son pocas las personas de mi círculo social que saben que vivo con bipolaridad. Oculto mi trastorno porque mencionar de manera indiscriminada que vivo con ello, proyectan escenarios que no son reales, no es lo que dicen los memes. No pasamos de estar ‘re bien’ y en un segundo estar ‘re mal’, no es así.
Por ahora, no soy un peligro para mi misma o para los demás. Cuento con la información necesaria sobre qué hacer si vuelvo a presentar una depresión mayor y dónde puedo hospitalizarme. Se que puede volver a pasar, las disociaciones también son parte de vivir con bipolaridad, volver a tener un episodio depresivo o hipomaníaco.
Llevo un tratamiento médico que innumerables veces he querido abandonar por vivir un momento de hipomanía y que, en algunos momentos, justifico la prolongación de su compra e induzco a “Fixulienta” pese a que se que “F” también viene consigo. Sin embargo, dejar el tratamiento no me asegura que quien toque mi membrana cerebral sea siempre “Fixulienta”.
Así que, ante diferentes cambios que han sucedido con el paso de los meses, actualmente 200 mg de topiramato y 36 mg de metilfenidato (algunas veces tomo dos tabletas porque qué puede pasar), para mi trastorno por déficit de atención e hiperactividad, dos litros o más de agua al día, terapia psicológica cada quince días, baños diarios, comer al menos tres veces al día, suelo hacer ejercicio intenso para mi condición por días y después lo abandono por muchos más días, aún continuo luchando contra la resistencia. Me mude de la Ciudad de México y me vine a vivir a un lugar donde la “comodidad” radica en qué tanto puedes con tus pensamientos y esa batalla es entre las más fuertes para alguien como nosotros.
Es gracioso cuando los alumnos o entrevistas de trabajo me cuestionan cómo me visualizo en los próximos meses o años. Mi cerebro piensa, no se cómo me veo en los próximos cinco minutos. Pero he intentado visualizar ese escenario y creo que de todas las maneras posibles que lo he imaginado todas conservan un patrón común, paz.
¿Qué busco?
Teatro me regaló eso, aparte de mi profesión, realizó teatro y proyecto eso en mis clases siendo docente-investigadora desde mi área profesional. El arte me salvó y la improvisación en escenario fue el único lugar donde la Bipolaridad era un privilegio. Bipolaridad necesitaba ser expresada y Bipolaridad era arte y no era juzgada, Bipolaridad era solo otra manera de neurodivergentemente abrazarla, abrazarme y gritarlo hasta llorar y treinta minutos resumían paz entre un caos vociferante de manías y silencios acuchillantes.
Ese es mi más grande reto, vivo constantemente en el caos, me gusta el caos, aunque algunas veces lo quiera negar, el caos me mantiene alerta, no me aburre, me abruma y de alguna manera me gusta. He vivido durante diferentes etapas de mi vida momentos de dolor, algunos que quiero olvidar y cuando siento que ya no duelen, los traigo de nuevo porque me da miedo soltarlos y solo saber que me siguen doliendo hacer que mi cerebro aún siente que siguen presentes, esa es mi mente alimentándose del caos.
La paz es lo que anhelo y alejo, anhelo tener lo que sea suficiente para no sentir la necesidad de traer los momentos de adrenalina para sentirme yo, probablemente aún no llego a esa etapa de saber quién soy sin eso que he vivido por mucho tiempo, probablemente aspiro algo que no conozco y probablemente no me agrade si lo llego a alcanzar, pero hasta este momento, puedo saber que en mis próximos cinco minutos podría decir que en mis próximos cinco años podría querer paz.
Últimamente he pensado continuamente un recuerdo de Fix con nueve años jugando con sus hermanos a las escondidas y la escena se ha recreado así:
“Sigue jugando a esconderte de lo que no quieras, pero por favor, no te escondas de ti misma.
Sigue corriendo, sigue jugando, sigue sonriendo.
No te olvides, búscate entre los medicamentos y entre los episodios.
Estarás todavía ahí.
Vas a pensar que te han absorbido hasta tu esencia, y lo han hecho de alguna manera. Pero, recuerda, siempre respira.
Sal de ese escondite detrás del árbol y párate en el patio con tierra y grita:
¡Te encontré FIX!
El mérito del escrito y los logros es de Fix, yo sólo tengo la fortuna de acompañarla.